12 Cuentos de Noches Lluviosas

Aún no puedo creer que tras esa transparencia haya un mundo donde las hierba yace mojada y los árboles agonizan entre soplidos estelares. Cada boca, cada decenio, cada asqueroso designio se mece sobre las hojas, como dominando la escena de este teatro patético. En esta cuna de fábulas, los pies benditos del terrestre descendiente se hunden en el olvido.

La bestia jadea en su estación invisible, su pecho incansable no duerme, sus ojos enrojecidos no duermen, y el promedio intermitente no detiene su marcha, no repara en su sacrificio. El cielo cae licuado, las algas del nuevo amanecer se balancean delicadas sobre la corriente del aliento, sin que el marrón agonizante manche su danza. ¿Ves la sangre del caoba, del barniz que descansa en la madera que violaron esas manos toscas y colmadas de astillas? Cuando en su tortura planificada, el sudor baja desde la fuente a la savia, no imagina su espíritu liberado que el fin de su magnificencia será la plástica expresión de la belleza. Esos brazos sanguíneos y vitales, ahogados contra el cielo, ¿dónde estás Señor?, ¿por qué me has abandonado? No soy más pequeño que tu hijo, no soy más grande que tus demonios.

Y en el centro de la hipócrita ausencia, te das un tiempo para ver su tibio andar como un romance, ese asfalto violado, se ciñe tan bien a sus pasos cansados, a su caminar especial e inconfundible. Donde las flores murieron nació su aroma, ¿qué diferencia este sacrificio del otro?, ¿el placer de su cuello y su aliento más allá de lo que conoces del aura de las flores y los pies de los duendes?

Las copas descansan con aromas prohibidos, la canela sigue su avance incorruptible hacia el olvido. Es su cuerpo una existencia cuyo fin fue escrito. El poeta lejano no imaginaba el peso de esta imagen, tampoco lo sé yo, ese misterio descansa en una lengua dormida, de tabaco y frutos infinitos, ciervos y raíces retorcidas. Es tan violento el pasado, tan incierto el futuro, tan vertiginoso el presente. Si pudiera rescatarte de ese espacio en que las pequeñas hojas secas se vertían en penumbra y soledad, si pudiera verter un minuto de mi amor sin amor sobre tus caderas blancas, la diestra sazón de ese claustro obligado se vería humillada y doliente, y es que en mi boca no se guardaban ni mieles ni azures, sino destierros, labios borrados, miradas perdidas.

La noche no puede acabar así, ¿no lo crees?, es demasiado simple, en sus entrañas inexplicables cada voz sigue su eco interminable y sin sentido, cada vida que vio su final en una luna indiferente, cada gota de vitae que descargó el calor negro, cada grito de horror y cada orgasmo casual y vacío. ¿Déjala morir?, a eso me supo. ¿Qué poder tienen mis dedos confundidos para desobedecer?

Duerme, es todo por hoy, cuando la matriz vomite los brazos mutilados de este bastardo indeseado, intentaré dibujarlos en su espacio, tal vez así su rostro pequeño y su piel violeta muestren un lado más amable, una imagen para recordar cuando la luna toque el mismo instante de la sinfonía eterna.




La demora parece indomable, como cuando te atrapa la noche y hueles sobre las paredes de la nada, que una piel blanca y deliciosa sangra y eyacula dolor. Pasaron tantas lágrimas sobre nuestras frentes, que su inevitable sumatoria me duele. No digas nada más, no pienses en qué pensar, sólo vuela con tus dedos clavados en mi pecho. Toma un pétalo muerto de girasol, y que su esclavitud muera en el espacio, llévala con tu piel a los jardines donde Dios olvidó la vida. Caen las lluvias que el verano parió, suben las hojas, sobre el centro encendido, ¿qué boca muerta esperaba tu vientre?, ¿qué imagen fría de galaxias distantes, de serpientes enlazadas como queriendo amar?

No me mires con tus ojos cansados, no me recuerdes cuando te llamen los sueños, toma una copa con anís y neblinas, bébela toda, con sorbos de profundo dolor. Que muera el silencio de esas eras sin vida, sin recuerdos de miel. Duerme tendida sobre sombras absurdas, sobre tus miedos, el otoño y el mar. Tenemos miedo, de despertar en el pasado, cargando bolsas de futuros lejanos. Hubo momentos de violines y sierras, donde chocaban las montañas perdidas, su pelo olía a madera y tabaco, mis dedos a los suyos y tu lengua se secaba en la noche.

Si tienes miedo, si tienes miedo, sabes donde tocarme, donde posar tu cabeza pesada. Mira este lienzo, donde escribimos la vida, donde el pequeño busca un espacio en el destino. Cuando caigamos en el centro de la nada, no sabremos como mover nuestras manos para romper el concreto y las sedas. Toma mi mano, sabes donde tocarme, donde buscar la canción de mi pecho. No quiero odio, ni temores ni sangre, míra sus ojos profundos, como selva quemada. Toma mi mano, sabes donde tocarme, no quiero miedos, ni rencores ni humaredas, no quiero genios sin lámparas ni botellas.

Besa a la muerte, toca sus pies temblorosos, donde la pena se siembra a sí misma, no tengas miedo, hazla tu hermana, no tengas miedo. Traga el anillo, que puse en tu mano, quema sus brillos sobre incienzos y mirras. Quita tus labios de la hiel del recuerdo, abre mi boca con los dedos o la varita del mago, mira en su centro a que huelen sus besos, si a tu aliento o a un pasado de estrellas.

Posa tu imagen junto al tranvía y la lluvia, sobre cualquiera que destiña el rojo de los pasados de Marte. Sube en la cresta de una onda invisible, donde el silencio olvidó sus botas. ¿Oyes esa voz muda?, ¿acaso serán tus pantuflas que lloran? Tenemos miedo, de despertar en el pasado, donde las noches no olían a caricias. Cuando esperabamos el tren en andenes distantes, no sospechábamos que el curso de las dimensiones cruzaría los rieles. Toma mi mano, sabes donde tocarme, sabes donde atrapar la serena potencia. Queremos ser libres, morir en un abrazo, aunque el dolor nos toque eternamente.

No mires hacia atrás, no dudes de mí, no temas el dolor que nunca existió.

Amor






Tu voz aún resuena en mi pecho,
cada aliento en mi cuello,
cada beso en mi frente.
Te amo, pero mi ser es pequeño,
mi existencia no conoce grandeza,
déjame amarte, una vez más.



La noche cae sobre mis hombros,
trae voces consigo,
pasado, voces del pasado.
Soy una presencia ciega,
sólo tu sangre me apetece ahora,
el delicioso sabor de tu piel dormida,
de tu fino sudor ahogado en la noche.

No soy perfecto,
soy una bestia nocturna y visceral,
deseoso de la dicha que le negó la luna.

Eres el elixir perfecto,
el néctar ambrosíaco
que la leyenda ocultó de los hijos de Eva.

Amor, tu carne es tan dulce,
mi existencia tan áspera y tú,
conjugada sobre lo eterno,
eres la locura y la cordura,
el principio de mi vida
y el elixir dionisíaco que me llevará a la muerte.

Antes del perdón,
de la súplica embriagada y triste,
me temo que sobre mi frente
se cierne una duda más,
¿es acaso mi amor
el lienzo que eternice tu piel?

Te Amo María de los Ángeles, sólo tú me haces feliz y lucharé por hacerte feliz...te ruego que oigas mi voz ahora y olvides la que el pequeño pasado sombrío cernió sobre tu santo corazón...

Te ruego que me perdones, si mi amor no alcanzara para dar mi vida por ti, ¿de qué serviría amarte?

Te Amo, eres el amor de mi vida y tu Felicidad es la mía...lucharé, juro que lucharé...